martes, 1 de abril de 2008

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Dejemos que nuestras ropas caigan al suelo y entonces perdamos la cordura. Podríamos dejarnos llevar por el viento. Ya ves que lindo es sentirte tan puro y vulnerable a los ruidos que ni se atreven a molestarnos. Sumerjamos nuestros cuerpos en la locura de este pecado extraordinario.

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